Los fuegos artificiales fueron inventados o descubiertos por un cocinero chino en el siglo X. Según documentos de la época, el padre de los elementos pirotécnicos hizo los primeros fuegos artificiales de la historia por casualidad. Mezcló en una caña de bambú azufre, sal y carbón buscando cómo hacer nuevos platos.
Aunque parezca cosa de broma, lo cierto es que bengalas, petardos y otros elementos pirotécnicos tuvieron su origen en la cocina. No sabemos qué buscaba este cocinero ni detrás de qué tipo de receta andaba. Lo cierto fue que en un momento dado empezaron a saltar chispas y centellas acabando la olla en una pequeña explosión.
Otros creen que lo que el cocinero buscaba era la forma de mejorar los explosivos existentes, pero la verdad fue lo contrario: buscaba un nuevo plato, y dio con una bengala centelleante.
Se sabe que en ciertas ceremonias y rituales religiosos los chinos empleaban fuegos artificiales según se deduce de documentos del año 1103. La cohetería utilizada como espectáculo de fuegos artificiales fue utilizada por chinos y mongoles en el siglo XII: se llamaron flechas de fuego volador activados por pólvora.
Origen de los fuegos artificiales
Con anterioridad a la era cristiana, los chinos conocían los efectos explosivos de ciertas mezclas y empleaba su conocimiento en cohetes incendiarios. También los egipcios utilizaron el fuego en la guerra.
Los antiguos griegos y romanos conocían una especie de primitivos fuegos artificiales y se sirvieron de ellos como espectáculo para celebrar las batallas ganadas. Los árabes, que lo aprendieron de estas dos civilizaciones, retomaron esta costumbre. En el siglo VII los alquimistas de Arabia eran conocedores de las sales oxidantes del potasio y manejaban con cierta habilidad los cohetes.
Expansión de los fuegos artificiales
Parece que fueron los árabes quienes introdujeron en España el arte de la pirotecnia. Sobre todo en Valencia y Murcia, donde cohetes, bombas y traca arraigaron. En las crónicas del viejo reino aragonés se alude con cierta frecuencia al uso de fuegos de artificio, no solo en los combates sino en las celebraciones.
Parece que de Valencia saltó la costumbre a Italia, tanto a Sicilia como a Venecia donde el arte de la pirotecnia floreció en el XVI. Otros países, como Francia en los siglos XVII y XVIII, hicieron suyo este elemento festivo.
El escritor y político murciano Diego de Saavedra Fajardo escribe en el primer tercio del siglo XVII al respecto de los cohetes y otros artificios de pólvora, y dice que se hacen para la ocasión festiva y que al ser arrojados cohetes al cielo imitan a los astros.
Evolución de los fuegos artificiales
Las cosas en el ámbito pirotécnico mejoraron tanto que en el siglo XVII los pirotécnicos occidentales organizaban espectáculos de esa naturaleza en los que se podía contemplar incluso la silueta o contorno de figuras populares del momento, o reproducir edificios y paisajes.
En el Palacio de Versalles, ante las reales personas se organizaron acontecimientos de esta índole, aunque solo en blanco y rojizo. En el primer tercio del siglo XVIII los fuegos artificiales se introdujeron como elemento festivo y de celebración.
París, Londres, Madrid, el antiguo Berlín, Nápoles fueron incorporándolos como espectáculo palaciego, religioso e incluso para divertir al pueblo en parques, jardines y lugares de recreo. Pero aún no se había llegado a su dominio: el color apenas era perceptible, a pesar de que a partir del año 1706 A. F. Frezier ya había publicado dos libros sobre la materia.
Los alardes pirotécnicos donde se incluyera el color verde, por ejemplo, no fueron posibles hasta la primera mitad del siglo XIX con la aplicación del cinc.
La pirotecnia moderna data del primer cuarto del siglo XIX con la introducción del clorato de potasio por el químico francés C. L. Berthollet, cuyos trabajos de finales de la década de los 1780 posibilitaron los efectos de color y abrieron un campo ilimitado.
Los fuegos artificiales como hoy los conocemos fueron cosa no anterior a los trabajos de F.M. Chartier, que hizo del colorido la baza fuerte de este arte tras introducir el uso del nitrato de plomo y del llamado cobre de Chartier, según explica en su libro Nouvelles recherches sur les feux d’artifice(1854).
Con él fue ampliándose poco a poco la gama de colores que hacia 1869 ya era casi tan variada como la actual. Sin estos esfuerzos no hubieran sido posibles los famosos fuegos artificiales londinenses del Palacio de Cristal instituidos en 1865 como espectáculo regular, ni las fiestas de cientos de pueblos europeos a finales del siglo XIX.
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